martes, 29 de noviembre de 2011

Play ball ! ! ! !

               Cuando supe que tenía que ir a observar un par de partidos de beisbol no me pareció una idea muy atractiva, los únicos que había visto lo hice por compromiso, para quedar bien con un novio que era muy aficionado a los Medias Rojas, en aquellos años de mi soltera juventud; me resultaban aburridísimos, de hecho fue en esos tiempos cuando desarrolle la habilidad de dormir sentada y con los ojos abiertos enfocados en la televisión.
               Pero al realizar esta práctica, verdaderamente lo disfrute, en ambas ocasiones me encontraba en compañía de gente agradable; al  Héctor Espino fui con  mis compañeros de clase y al  llano con la familia del novio de mi hija menor, cuyo padre es uno de los jugadores.

El Héctor Espino
            Es un estadio profesional, con taquillas, diferentes entradas para secciones diferentes, espacio para promociones comerciales en donde vimos unas extrañas botargas que pretendían ser una naranja y un racimo de uvas “siempre frescos”, hay una zona de puestos de comida en la que encuentra de todo: burritos, hamburguesas, sushi, tamales y mucho más. Las butacas de plástico están decoloradas por la acción del sol, pero son muy cómodas, el campo de juego luce un césped (zacate dicen aquí en Sonora) muy cuidadito, hay mallas para proteger a los espectadores de los pelotazos, baños y unos “palcos” privados que lucen chiquitos, feos y claustrofóbicos, aunque se supone que tienen el mejor ángulo para apreciar las jugadas. Lo más impresionante son las torres con los reflectores que proporcionan una excelente iluminación. También hay una pantalla espectacular, muchos anuncios comerciales y por fuera un estacionamiento grande, que me dio la impresión que es insuficiente cuando el estadio se llena.
               Muchos aficionados llevaban camisetas o chamarras iguales a las de los jugadores, otros compramos unas bandas para la cabeza con el letrero Naranjeros, o alguna prenda de vestir color naranja. En apariencia la gente era de casi todas las clases económicas, desde clase media alta, hasta la raza que se fue a sentar en el área de los bleachers. Nosotros nos sentamos en la zona numerada del lado derecho y teníamos un muy buen ángulo de observación; lo primero que noté es que muchos aficionados se conocen y se saludan con un “¿bienes sobrio?” o algo así.
               Durante todo el partido los vendedores se pasean entre las filas de butacas, ofreciendo banderas, cornetas, matracas, palomitas de maíz, boletos de rifas de objetos promocionales, y por supuesto cerveza, anda por ahí un personaje que vende chocolate caliente, lo carga en una especie de mochila que lleva en la espalda, por lo que se ha ganado el mote de “pípila”.

               El show se complementó con la presencia de un grupo de danza  “folklórica” que presentó algunos cuadros revolucionarios. También hicieron acto de presencia Beto Coyote y Tito su hijo (¿le dirá m’ijo Tito?). El sonido local anunciaba a los jugadores y de vez en cuando sonaba una música más bien fea (como de órgano desafinado) y que resultaron ser instrucciones para que el público haga cosas extrañas como gritar, parar y sentarse, y una seña con la mano que me recordó a los agentes de tránsito indicando “circulen, circulen”.
El llano
               El partido semiprofesional fue otra historia; para empezar se llevó a cabo durante el día porque la única iluminación con la que se cuenta es la del astro rey, no hay butacas, ni zacate, ni mallas protectoras, ni puestos de comida, de cerveza, ni baños, y la animación corre por cuenta de los mismos espectadores que me pareció que prestan más atención al juego que los que asisten al H.E. Los gritos que se oyen son más o menos los mismos: “ampayito. . . chivo” o “a tomar agua. . .” cuando ponchan a un jugador de la parcialidad contraria. A propósito de los contrarios, varios de estos jugadores habían militado en “nuestro” equipo (Alumbrado Público); uno de ellos conectó


un jonrón con casa llena y cuando pasó corriendo delante nuestro iba gritando. “perdón, perdón, lo siento mucho”.
               Durante el partido, los espectadores que en su mayoría son familiares, amigos y compañeros de trabajo de los jugadores, sacaron bolsas de botanas, sabritas y cosas así, refresco y cervezas, y al terminar el partido hicieron una enorme discada en un asadero de blocks que hay en el lugar y hecho por ellos mismos. Dieron por lo menos dos vueltas al “depósito” por cervezas.
               Por ahí de la 8ª entrada llegaron jugadores de otro equipo con el que les toca jugar la próxima semana a “observar”, uno de ellos se quedó a la discada. Los jugadores iban todos uniformados y los espectadores en jeans, camiseta y tenis, cada quien lleva su silla.   Los aficionados, sobre todo las “matraqueras” (mamás, esposas, novias y hermanas de los jugadores que animan a su equipo con escandalosas matracas) tienen camisetas del equipo, pero me comentaron que solo las llevan a los play offs u otros juegos importantes, el único que llevaba su camisetita es este bebé, que se divirtió mucho, aunque no vio el partido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario