Antes de llegar a San Ignacio Rio Muerto pasamos por un lugar llamado Singapur que es un asentamiento de la “tribu” yaqui (según nos informó un vecino), hay mucha diferencia entre este campo y los demás que vimos: está muy descuidado, la orilla de la carretera está enmontada y llena de basura, las casas se ven muy pequeñas y muy deterioradas, la mayoría en ruinas, y la tierra se ve muy seca, no parece haber sido trabajada recientemente; del canal que corre a un lado de la carretera no se puede apreciar si lleva agua porque hay mucha maleza; de no ser por el estado de las carreteras (dos carriles muy bien pavimentados, sin baches, ni bordos formados por el tráfico pesado) hasta parecería que estamos en las tierras comunales de la Huasteca Potosina .
San Ignacio Rio Muerto se formó a partir del reparto agrario que hizo el presidente Luis Echevarría Álvarez en los años 70’s; es municipio desde el 26 de diciembre de 1996. Solo están pavimentadas dos calles pero con concreto (que es más durable), una pipa continuamente riega las demás para mantener la polvareda a raya. Es una ciudad que cuenta con los servicios básicos de alumbrado, Cruz Roja, Estación de Bomberos, agua potable y drenaje, hay escuelas primarias, secundarias, jardines de niños y un Cobach. La ciudad termina en el canalón de riego.
Las casas son de hechuras muy diversas, las hay desde enormes y ostentosas mansiones, hasta modestas casitas de tres cuartos, pero no se ve pobreza, hay todo tipo de comercios, una clínica del IMSS, un museo de los “mártires” y un auditorio llamado “Juan de Dios Terán” con capacidad para unas 250 personas aproximadamente; casi enfrente de éste hay una pequeña plaza con un kiosco de concreto con techo de bóveda, al fondo hay un par de esculturas de delfines que acompañan a la de una dama a cuyos pies hay una gran mazorca de piedra. En esa placita observamos a un grupo de señoras que sentadas en los escalones platicaban al parecer de forma muy amena.
Un vecino, de nombre Andrés Palafox, que es ejidatario, nos platicó que el mayor problema que enfrentan ahorita el Valle es el temor de que Hermosillo se lleve toda el agua, además de la falta de créditos “los bancos solo les prestan a los que tienen”, a nuestra pregunta de si los ejidatarios se unen para solicitar créditos grupales contestó que la mayoría prefiere rentar o vender porque ya no es negocio sembrar la tierra; él personalmente gana unos 70 mil pesos anuales rentando su parcela de 10 has. Le preguntamos qué hace la gente que no tiene tierra para ganarse la vida, y nos contesta que “hay mucho trabajo en la pisca de nuez o en el empaque de elote, no trabaja el que no quiere. Yo tengo una lancha y equipo de pesca, de eso vivo.” La doctora María Almanza Sanchez nos comparte la opinión de uno de sus entrevistados:
“La política sucia salinista acabó con los ejidos. Nos preguntó si queríamos el crédito parcelado o colectivo; acabó con el colectivismo porque todos los ejidatarios pidieron individualizado el crédito […] la política buscó individualizar los ejidos, ahora exige organización para los apoyos”.[1]
Un par de muchachos del Cobach amablemente nos informaron que la denominación de Río Muerto se debe a que San Ignacio está construido sobre el lecho seco del río que se desvió, “nuestros abuelos se bañaban aquí”, también nos compartieron que para ellos los “mártires” “son héroes; dieron su vida para que nosotros tuviéramos tierra”, irónicamente a la madre de uno de ellos le tocó una parcela y la tiene rentada; no supieron que presidente hizo el reparto. No todos las personas que abordamos quisieron darnos alguna respuesta, algunos esquivaban las preguntas, uno incluso preguntó si hacíamos un censo o qué? Cuando ya nos retirábamos de San Ignacio nos dimos cuenta de que las señoras reunidas en la plazoleta se habían quedado ahí toda la mañana esperando a que salieran sus hijos del kínder que está enfrente. En el campo se puede uno dar esos lujos.
Confirmamos la información que recibimos de que las señoras del Valle del Yaqui no usan sombrillas para protegerse del sol, se cubren con una toalla que sostienen un poco alejada del la cabeza sosteniéndola con los brazos un poco en alto, lo que nos llamó mucho la atención es que dicha toalla forma parte del atuendo femenino de una manera digamos moderna, pues la usan de un color que combine con la ropa que llevan puesta. Toda la gente parece conocerse por lo que los visitantes fuimos rápidamente detectados.
Visitamos el lugar de la matanza de los mártires, el lugar en donde se instaló el campamento de la invasión; ahí se encuentra un monumento a los caídos, con una enorme cruz al centro y siete cruces (como de un metro de alto con el nombre de cada uno de los muertos) el conjunto forma algo que es mitad altar, mitad cementerio vació, protegido por un techo largo y alto, un cobertizo de unos treinta por diez metros, dentro del cual y alrededor, había rollos de manguera de riego y algunos aperos de labranza. Hay una pequeña casa al lado que parecía estar vacía, salvo por tres perros que salieron a ladrarnos y decepcionados porque no lograron alejarnos se fueron a echar a la sombra. Una placa con los nombres de los mártires y la fecha “23 de octubre de 1975, Guaymas, Sonora”, complementa el lugar; no dice quien la otorga ni cuando, pero obviamente es de antes de que San Ignacio Rio Muerto fuera municipio.
En Pueblo Yaqui entrevistamos a un campesino de nombre Francisco, que no es ejidatario, es jornalero (él pidió dotación pero no le tocó) aunque ya está viejo trabaja en la pisca que “es trabajo pesado, a penas para los jóvenes”; a nuestra pregunta de cuál cree que es el principal problema del campo en Pueblo Yaqui contestó “la poca tierra, imagínese, si a los que tienen dotación del reparto viejo que les dieron como 20 hectáreas no les alcanza, a los de la dotación nueva les dieron 5 o 3, pues menos alcanza, por eso mejor han vendido o rentan”, los que “tienen con qué, tienen rentadas hasta mil hectáreas, hay ejidos completos rentados”.
Cinthia Hewitt dice que los ejidos comerciales fueron saboteados: personal desalentado les demoraban los créditos, les entregaban insumos de mala calidad y la asistencia técnica que debieron haber recibido prácticamente estaba abandonada.
Preguntamos a Francisco si él se ha ido a trabajar a Estados Unidos y contestó que nunca, que algunos si han ido, pero ahora se están regresando, o “los están echando pa’acá, pero aquí si hay trabajo, no todo el año, pero si hay”. Un comentario muy interesante de Francisco fue que “antes del reparto había mucho más trabajo” para los jornaleros, yo pienso que se debe a que el campo no estaba tan tecnificado, pero su percepción es que el reparto de parcelas tan pequeñas es la razón de que ahora haya menos trabajo para ellos.
Una señora (55 o 60 años), del servicio de limpia, nos comentó que a ella le tocaron en el reparto de los 70’s 3 hectáreas en Echojoa, que tuvo abandonadas mucho tiempo porque no le producían casi nada (solo las sembró dos años), prefirió vender las 3 has. en 25 mil pesos. Buscamos algún colono para entrevistarlo, pero no lo conseguimos, nos dijeron de un “doctor”, pero cuando llegamos a preguntar por él a un billar del que es dueño, nos dijeron mentiras “hace como tres meses que no viene para acá” y cosas así; me dio la impresión de que el “doctor” tiene algunas deudas y sus empleados creyeron protegerlo negándonoslo.
El ejido Morelos 2 parecía estar totalmente vacío, no se veía gente ni en las calles ni en las casas que tienen cada una un pedazo grande de tierra, aproximadamente de unos 20 por 40 metros o más, la mayoría tienen árboles frutales, hortalizas o plantas de ornato; hay una calle principal amplia y pequeños callejones que desembocan en ella, las casas y las personas aparentan más rusticidad que en los otros lugares visitados, no hay grandes comercios, ni plazas, pero la tierra labrantía se ve de buena de calidad; un vecino nos platicó que las de ahí son dotaciones “viejas”, es decir, de los repartos de Cárdenas, que a él le tocaron 65 hectáreas, pero 15 estaban ensalitradas desde el reparto “no es verdad que repartieron las mejores tierras, mucha no sirve”; de sus restantes hectáreas la mitad las renta y las otras las trabaja “a veces” –dijo riéndose-.
Un vecino que tuvo tierras y las vendió nos confió que ahora trabaja como tractorista y gana bien, “no lo que yo quisiera, pero ahí va saliendo”. Un comerciante (tiene un pequeño changarrito) nos platicó que las parcelas que repartió Cárdenas eran grandes de 40 o 50 hectáreas y las que dio Echeverría fueron muy chicas de 3 o 5 hectáreas y que ni unas ni otras resultan rentables, a nuestra pregunta de cuantas hectáreas creía él que serían suficientes para que un campesino pueda mantener a su familia sin tener que trabajar en otra cosa nos contestó que por lo menos 100 o 120 has. Esta persona opina que las ventas de terrenos del ejido es ilegal y que en el “Morelos 2 todo mundo tiene rentado”.
En general la visita al Valle del Yaqui y las breves entrevistas a algunos de sus habitantes confirmó la información que leímos en las lecturas Cinthia Hewitt, de Gustavo Gordillo y de María Almanza, respecto a que las tierras se han concentrado en las manos de unos cuantos a través de la compra, pero sobre todo a través de la renta de las parcelas que a los ejidatarios les resultan incosteables trabajar de manera individual o colectiva por la falta de créditos. A mí, en lo personal, me pareció que por falta de interés o de iniciativa personal.
La primera vez que yo visité Pueblo Yaqui quede muy sorprendida de la prosperidad que se veía en el Valle, los únicos ejidos que yo conocía eran los de San Luis Potosí en los que lo común es ver a niños descalzos, incluso desnudos, con marcados rasgos de desnutrición, chozas de palma y una que otra pick up de unos 20 o 30 años de uso. En Pueblo Yaqui las casas son de block, con porche, agua potable y drenaje y la mayoría trae una camioneta, si no del año por lo menos en buen estado, los niños van a la escuela, no solo a la básica, sino que algunos hacen carreras universitarias y posgrados.
Mi primera visita fue hace 18 años y Pueblo Yaqui no deja de sorprenderme, se ha transformado en una pequeña ciudad con servicios y comercios bien establecidos y ha crecido tanto, que da trabajo reconocerla. Los ejidatarios del Valle se quejan de que tienen que rentar sus tierras, pero quizá lo que les pasa es que se comparan con los agros empresarios que tienen ingresos millonarios en lugar de hacerlo con los ejidatarios de otros estados de la república, que también rentan pero no pueden vivir de ese ingreso.
En la zona detecté varias problemáticas que no parecen estar estudiadas, sobre todo las referentes a las nuevas generaciones: ¿les interesa a los hijos de los ejidatarios trabajar la tierra? ¿Alguien tiene algún plan alternativo a la venta, o renta de la tierra? ¿Sí a los y las jóvenes valleyaquinas no les interesan las labores agrícolas, que otras opciones de trabajo tienen o podrían tener a corto, mediano y largo plazo? ¿Realmente no hay trabajo en el campo, o es un trabajo que las nuevas generaciones no están dispuestos a hacer? ¿Tendrán las ciudades sonorenses capacidad para dotar de trabajo a todos estos hijos de campesinos que no quieren ser labriegos? ¿La emigración a los Estados Unidos es una opción laboral? ¿En lugar de un Cobach, no habría sido más práctico instalar una buena escuela de inglés?
La palabra latifundio únicamente significa “finca rústica de gran extensión” (R.A.E.) pero en México el discurso “revolucionario” machacado por el PRI durante 70 años nos lo hizo parecer como un crimen, y al latifundista lo pintaron como un criminal al que había que despojar, pero la realidad es que tanto antes como después de la “revolución” los que le han proporcionado un ingreso a los campesinos han sido los “agro titanes” y viceversa, tanto los del “antiguo régimen” como los modernos tecnificados. Para mí el término latifundista no es peyorativo y lo uso únicamente para describir a una persona que tiene en propiedad o por arrendamiento una extensión grande de tierra.
La problemática actual yo creo que es más de tipo laboral que rural, si no hay trabajo en el campo el reto debe ser crear fuentes de trabajo alternativas y no tener un retroceso como el que sugiere Cinthia H. cuando dice que si no hubiera tecnificación (según ella fue solo cuestión de vanidad y deseo de status) en el campo este ocuparía más manos, la señora no parece pensar que la consecuencia inmediata de eso sería que los alimentos tendrían precios más altos, que de por sí ya están impagables.
Un resumen de la historia del Valle podría ser la siguiente: Los latifundistas tienen mucha tierra, la “revolución” se las quita, la fracciona en pedazos de a 50. Los latifundistas amplían la zona de riego, vuelven a implementar extensiones grandes de labranza que tienen que disfrazar con fraccionamiento simulado porque la ley solo les permite poseer 100 has. (cuando los mismos campesinos opinan que se necesitarían unas 120 solo para mantener a la familia). La “revolución” despoja nuevamente a los latifundistas, pero ahora las parcelas son de a 5; para beneficiar a más terminan perjudicando a todos. Los latifundistas se vuelven a rehacer recurriendo a la compra o a la renta.
Es una historia de cinismo de todos los actores: los latifundistas se amañan para acaparar y enriquecerse, y los campesinos para disfrutar de los frutos de la tierra sin trabajar, antes buscaban las parcelas bien trabajadas, con riego y de preferencia con la siembra ya lista para ser cosechada y las invadían, ahora simplemente la rentan mientras “pistean” tranquilamente desde las 10 de la mañana. A ambos se les olvida que la tierra es un bien de la nación y su principal función debería ser procurar la autosuficiencia alimentaria a precios que los salarios mínimos globalizados puedan pagar.
[1] María Almanza Sanchez. Las organizaciones del sector social del Valle del Yaqui. Retrocesos de política agraria. (Frontera Norte, julio-diciembre, año7vol. 20, número 040. El Colegio de la Frontera Norte. Tijuana México. 2008) pp 142
No hay comentarios:
Publicar un comentario