jueves, 15 de septiembre de 2011

Del olvido, al no me acuerdo

Del olvido, al no me acuerdo

          En su documental, Juan Carlos Rulfo parece hacer una búsqueda muy surrealista del Juan padre, del Juan galán, del Juan inolvidable, del mentiroso, del bailador y del  fanfarrón. Parece más un sueño narrado a un siquiatra, en el que el paciente busca a su padre, no en sus propios recuerdos, sino en los ajenos, y no porque él lo haya olvidado, sino porque espera que entre la confusión de la memoria frágil, y la neblina del tiempo, en la línea entre el olvido y el no me acuerdo,  de algún modo se confundan padre e hijo (de algo servirá por fin llamarse también Juan Rulfo).

          Juan Carlos se pregunta ¿si no me acuerdo de que te quise, como es posible que te siga amando? Y se responde poniendo en boca de sus personajes la pregunta “¿te acuerdas. . .? y no espera  a que el interpelado responda, porque lo verdaderamente importante no es la respuesta, sino el hecho de que a alguien aún le queden girones de memoria como para intentar recordar.

          Los personajes se esfuerzan por traer al presente la letra de una canción, una dirección, el pudor de las mujeres que no “enseñaban las patas”; o por lo menos fingen que casi se acuerdan, solo un anciano tiene el valor de decir: “no, no me acuerdo”, cuando le preguntan si recuerda sus hazañas sexuales.

          La memoria es flaca, y no sobrevive a la vida biológica de un hombre, si todos se hacen viejos y me olvidan, me disuelvo en el polvo; si se mueren todos los que saben en donde estaba aquella nevería en donde Juan me invitó un helado es como si el “nosotros” nunca hubiera ocurrido. Por eso rescato las hebras que persisten del tejido de lo que fue, y lo hago documento, y lo guardo,  por si algún día alguien quiere revivir esta historia, que no me acuerdo muy bien, pero creo que es mía.

La canción del pulque

La canción del pulque

          El documental de Everardo González nos muestra lo que significa el pulque en la vida de un sector de la sociedad mexicana, cuyos integrantes se pueden clasificar como de clase socio-económica baja: albañiles, músicos ambulantes, boleros, vendedores, ex carniceros, emigrantes frustrados, ex linotipistas,  prostitutas, etc.; todos confluyen en La Pirata, una de las pocas pulquerías que aún quedan en  del Distrito Federal, a buscar un rato de diversión, de esparcimiento, de convivencia con los amigos y de esa embriaguez anestésica que se adivina en la mirada abotagada e indolora  de los que logran minimizar el hecho de estar aún vivos.

          El establecimiento por dentro es todo azul (el color de los niños que tienen la esperanza de llegar a ser hombres algún día) azulejo abajo y pintura de aceite arriba; enormes barriles de madera anuncian los sabores que se le agregan al tlachicotón para “curarlo”: avena, fresa, piña, limón, nuez, apio, tomate, guayaba, cacahuate, ciruela, mango, chabacano, melón, almendras, cajeta y mamey. Y a la voz de “¡Pulque bendito, dulce tormento, que haces afuera, vamos pa’dentro!”, los parroquianos beben vasos enormes de pulque casi de un solo trago.

          La música en “vivo”, es un elemento de presencia casi constante, grupos “norteños”, huapangueros y solistas, como el Cantarrecio, igual le mientan la madre al “respetable” que lo hacen evocar a la ingrata se fue, y le recuerdan que aunque no tenga trono ni reina sigue siendo el rey.

          Mientras el cantinero (pulquería-tender, o como se le diga) presume ante la cámara sus habilidades en el manejo de la bebida y hace con ella malabares sin derramar una sola gota (especialmente porque el pulque no se fracciona en gotas, sino en largas hebras de baba) el Cantarrecio trata de explicar que antes de que la cerveza la desplazara, el pulque era la bebida preferente de la nación.

          El tlachiquero, desde un magueyal responde a las preguntas de cómo se hace el pulque y nos explica que estas plantas (que están en peligro de extinción, igual que las pulcatas), tardan en madurar unos 5 o 6 años, pero “si se saben cuidar” se puede  hacerlas producir en la mitad del tiempo. La extracción del aguamiel se hace aún con la antigua técnica de succionar con la boca ayudada de un guaje, el corazón beodo del maguey, jugo que después se fermenta a base de rezos cantados “pa’que quede bueno”. El Cantarrecio, con un “¡No, que pasó!”, desmiente el uso de “la muñeca”, que es un pedazo de tela con excremento humano fuertemente atado y que dicen los detractores del “nectar de los dioses” que se le añade a las tinajas para acelerar la fermentación.

          La parroquia está formada por cachuchas sucias y limpias, nuevas y viejas, sombreros de campo y de ciudad, tatuajes y cicatrices, dientes llenos de sarro o ausentes, ojos abotagados y pieles surcadas con arrugas tan profundas que parecen venir del alma. Ellos se quejan de ellas diciendo que son sabrosas pero ingratas; ellas se quejan del trato prepotente y de los madrazos de ellos. Él se la llevó para que le alivianara el cantón; ella se fue con él porque pensó que este sería diferente a los anteriores. Y el pulquería-tender presume que tiene dos años vendiendo carnitas y que no se le ha muerto “ni’uno”.

          Y queda en el aire la pregunta: “¿Y si se acaba La Pirata, adonde vamos a llegar?”.

martes, 6 de septiembre de 2011

Mercado Municipal de Hermosillo

Corazón de bruja


               El edificio que alberga el Mercado de Hermosillo es hermoso, geométrico, bicolor, tímido y mentiroso. Su belleza se aprecia en su nostálgico estilo porfiriano, en el pequeño barandal que circunda el techo, en sus ventanas arqueadas, en los relojes de las fachadas de las cuatro puertas de las esquinas, y en el relieve que presume 1902 como fecha de fundación en su costado sur, que es el de la calle Plutarco Elías Calles.
               Víctima de varias remodelaciones, el edificio ha logrado mantener casi intacta no solo su fachada sino su estructura y distribución. La última de estas remodelaciones puso toldos redondos y medio afrancesados color verde botella a sus ventanas; este último cambio también le dejó al Mercado en las banquetas,  parquímetros, botes de basura y rampas para sillas de ruedas.
               Siempre a la moda, la mitad de los locales exteriores del Mercado que antes eran mercerías y sombrererías ahora con negocios en donde se ponen uñas postizas, se venden productos para estéticas y materiales para la elaboración de bisutería. En los locales tradicionales consigue uno desde “servilletas” para bordar hasta máscaras del santo, envoltura de regalo y  ramos de novia.
               El Mercado número 1 de Hermosillo, oficialmente  “José María Pino Suarez” aunque nadie se refiere a él por su nombre,  no es solamente el edificio color trigo con guardapolvos originalmente color granate (según la codificación oficial de tabla de colores de dominio específico de html4 y mirado desde mi monitor), que ahora por la acción decoloradora del sol a tomado un color como papaya medio achocolatado; el mercado no se circunscribe digo, al edificio sino que se extiende a las banquetas en la temporada navideña y durante la de venta de coronas fúnebres para las fiestas de 1 y 2 de noviembre. En mi tierra huasteca le llaman guardapolvos (aunque la real academia de la lengua española no acepte este significado para esta palabra) a la parte baja de la pared  que suele pintarse de un color más oscuro que el resto, preferentemente de pintura de aceite, para proteger el muro.
               En su costado poniente hay un andador (que de no serlo sería la calle Vicente Guerrero) ahí se encuentra una fuente, de la que lo único que brota son chismes y “la comenta” de la parte viva del exterior del Mercado: los boleros, los predicadores, las vendedoras de chiltepineros (a diez), los de periódico y los de billetes de loterías y sorteos, y uno que otro que, reloj o perfume en mano suele inspirar más desconfianza en la legitimidad del origen de su mercancía que ganas de comprarles algo. Esta placita también cuenta con servicio de toma de presión arterial a cambio de una módica cuota, y sobre todo cuenta con la fidelidad de los ciudadanos que van diariamente a platicar y a dejar correr el tiempo aprovechando que este andador, por estar  techado los protege del sol.
               Un cajero automático que se usa para recargar las tarjetas del transporte público (que a veces no recibe billetes, a veces no recibe monedas y la más de las veces no recibe ninguno de los dos) afea este andador en el que  se llevan a cabo mítines políticos, campañas de vacunación, sesiones fotográficas con santacloses aburridos, encuentros de enamorados, venta de collares y pulseras artesanales elaboradas ahí mismo por  mujeres a las que solemos etiquetar como “oaxaquitas” aunque no sepamos de donde vienen.  Este cajero se encuentra frente a la puerta de una conocida negociación que vende revistas pornográficas.
               Si se entra al edificio por las puertas de las esquinas  se encuentra uno en un pasillo que a ambos lados tiene expendios de comida que cuentan con un mostrador o barra forrada de azulejos y bancos de un solo pie atornillados al piso en los que clientes habituales disfrutan de dos de las tradiciones gastronómicas hermosillenses: el café colado y las malteadas del mercado; café que ha servido de inspiración para hacer todo tipo de negocios y amarres políticos. Para acompañar estas bebidas puede uno pedir tacos de barbacoa, cabeza o chicharrón, tamales, menudo, cocido o simplemente una coyota; un poco más adentro se puede pedir una comida completa que incluye arroz, guisado y frijolitos.
               Aunque el edificio no es muy grande y es de una sola planta (excepto una pequeña área en la que en un segundo piso se encuentran unos baños públicos muy limpios y bien cuidados) encuentra uno en sus pasillos “de todo”: verdura, fruta, quesos, chorizo, chilorio, chicharrón y manteca de res y de puerco, flores, huevo,  carne de pollo, puerco y res. Ésta última no es la deliciosa carne de ganado fino, criado en los establos que le ha dado fama y renombre internacional a Sonora; la carne del mercado es más modesta, es ganado “de rancho” contestan los carniceros si se les pregunta porque es más dura que la que se vente en las carnicerías-boutique; yo sospecho que es ganado de desecho que ha dejado de producir crías y  leche, es decir, son animales viejos, pero eso sí, es mucho más barata que la otra.
               Si se aventura uno por la entrada que se encuentran en el costado de la calle Mariano Matamoros se adentra uno al mundo de la mercancía china, de mala calidad pero barata  y de la piratería que ofrece éxitos musicales y fílmicos de todo género y para todos los gustos a precios piratas. Adentro, un poquito más adentro, se encuentra el corazón supersticioso de Hermosillo, un corazón de bruja que practica la magia blanca, negra y de todos los colores, que vende pócimas, lociones, polvos, hierbas, velas de colores, plumas, jabones, fotografías de Malverde y de la santa muerte,  pero sobre todo, es la bruja-mercado que vende ilusiones, sueños y esperanzas:  para el que anda “piojo”, para al que le han hecho un “trabajo” o le hicieron “mal de ojo” o para el que lo único que pide es que regrese el ser amado.